Lo que más me gusta cuando dibujo un mandala es no saber qué figura saldrá al final. Simplemente me pongo la hoja de papel en blanco delante, cojo el compás, la regla (o los moldes que uso para dibujar circunferencias) el lápiz y la goma de borrar y comienzo a dibujar. Al principio, son líneas y círculos. Círculos y líneas. Divido la totalidad en partes para crear algo nuevo que espero que sea más bello que lo que había antes, pero ¡qué difícil es crear algo más bello que la infinitud de posibilidades que da una hoja de papel en blanco!

De pequeña insistían en que aprendiéramos a pintar sin salirnos de las líneas. A pintar sin dejar borrones. Y yo siempre he dibujado rápido. En clase, si a mí un dibujo me costaba una hora hacerlo a mis compañerxs cuatro. Creo que dibujo rápido porque me impaciento en querer ver el resultado. Y a veces, pinto rápido porque me pasa igual que cuando leo las cartas del Tarot, me viene mucha más información de la que podría plasmar yendo despacio. Así que lo de la buena letra lo perdí por el camino.

Y, nada, sólo quería explicarte por qué he estado ausente. Quizás lo esté durante un poco de tiempo más. Pero no te preocupes, porque cada vez que veas que he puesto en Instagram un mandala nuevo, sabrás que estoy más cerca de volver y estar contigo al cien por cien.
Namasté.